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Fotografía: Florinda Carrillanca, madre de Héctor Llaitul | Sergio Silva

Florinda Carrillanca, madre del líder de la principal organización por la reivindicación territorial mapuche en el país, cuenta cómo era la vida de Héctor Llaitul en Rahue, antes de liderar el movimiento y enfrentar cargos de terrorismo. Pide rebajas a la condena de su hijo, quien ya suma 40 días de una nueva huelga de hambre.

Daniela Asenjo Keim – dasenjo@australosorno.cl

Le avisan que la buscan. Ella demora en asomarse y luego saca un manojo de llaves de entre sus ropas y abre la puerta del antejardín. Invita a pasar a su hogar, una casa de un piso ubicada en calle David Rosas del sector de Rahue. Cuenta que estaba metida en la huerta, por eso se demoraba. En ese lugar pasa gran parte del día, cultiva lechugas, papas, arvejas y otras verduras que después vende en la Feria Libre de Rahue. Eso la entretiene y le permite ganarse algunos pesos.


Fotografía: La madre de Héctor Llaitul vive en Rahue Bajo, en la misma casa donde su hijo fue detenido en julio de 2009 | Sergio Silva

«Me ven ágil, pero tengo mi edad: 75 años. Nadie me cree que los tengo, porque ando por aquí y allá», cuenta. La actividad -dice- la mantiene con energías. «Con todo lo que ha pasado, nunca tuve una depresión. Soy una mujer fuerte, creo que Héctor en eso salió a mí; hace las cosas desde adentro, con mucha fuerza».

Es de trato amable, pero cuida cada una de las palabras que pronuncia. Así se presenta Florinda Carrillanca Treimún, madre de Héctor Llaitul, líder de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), la organización que se ha levantado en el país como el principal motor de la reivindicación del territorio mapuche. Para las policías, es el grupo responsable de los ataques más violentos en la zona de La Araucanía.

CONDENA

Héctor Llaitul (45 años) pasa sus días en la cárcel de Angol, donde debe cumplir 14 años de condena, después que se le acusara de homicidio frustrado del fiscal Mario Elgueta y por robo con intimidación contra el agricultor José Santos. Los dos hechos ocurridos en 2008.

Para Florinda Carrillanca, todo es un montaje. «Cuando la gente escucha todo eso, lo cree y dice a esos mapuches no hay que defenderlos, pero no es cierto. Sólo pudieron condenarlos porque usaron testigos secretos», asegura.

La rahuina se mantiene atenta a la defensa de su hijo y cada vez que puede lidera marchas en su apoyo. También se ha entrevistado con jueces y políticos para pedirles que el caso de su hijo ser revisado.

Inicialmente, Llaitul debía cumplir 25 años de presidio, luego de ser condenado por el tribunal de Cañete. En junio del año pasado, estas penas fueron rebajadas por la Corte Suprema. Antes, a mediados de 2010 protagonizó junto a otros comuneros presos una prolongada huelga de hambre

Fueron 81 días que mantuvieron la atención puesta en Héctor Llaitul, que desde adentro del penal fue quien recibió y negoció con las autoridades de Gobierno y el obispo Ricardo Ezzati el fin de la movilización.

Hace 40 días, el líder de la CAM inició una nueva huelga de hambre. Alega haber sido doblemente condenado por tribunales civiles y militares, por la aplicación en su caso de la Ley Antiterrorista y uso de testigos protegidos en el juicio que lo condenó.

Mientras, en Osorno, su madre lidera las acciones para llamar la atención de las autoridades y evitar que una cuarta huelga le pase la cuenta a su hijo, pues las tres anteriores lo dejaron con secuelas en su salud. Pesca los riesgos, ella manifiesta que no le pedirá que baje los brazos. «Es su vocación, mi hijo nació para luchar», explica.

De cuando en cuando, esta rahuina hojea el libro que el ex candidato presidencial Jorge Arrate escribió sobre su hijo, el que se lanzó en octubre de este año en el Cine Arte Alameda de Santiago ante un público que desbordó el recinto. Se llama «Weichan, conversaciones con un weychafe (guerrero) desde la prisión política».

SUS ORÍGENES

Florinda Carrillanca proviene de Riachuelo, comuna de Río Negro. Llegó a los 20 años a Osorno a trabajar como una empleada doméstica. «A mí me gustaba tener libertad para moverme y poder ir a ver a mis papás, porque siempre fuimos una familia muy humilde», cuenta sobre su inclinación por el trabajo, en tiempos en que las mujeres no acostumbraban a salir de sus hogares.


Fotografía: Florinda Carrillanca, de joven junto a su esposo Juan Llaitul y su hijo mayor Luis | FCT

A su esposo, Juan Llaitul, lo conoció en la ciudad. Era un obrero analfabeto, con el que comenzó a formar un hogar, primero en una casa de poco valor que arrendaron en Rahue y, luego, en el terreno de calle David Rosas, donde aún vive.

Compararon el terreno con sacrificio, lo pagaron en cuotas y allí construyeron una modesta casa de madera.

«Mi esposo era un obrero de la CCU. Nunca tuvo puestos mayores porque no sabía leer ni escribir. Terminó trabajando así nomás, con sueldos bajos. Tuvimos seis hijos, pero viven cuatro. Héctor es el tercero».

Orgullosa, dice que Héctor Llaitul fue desde niño un buen alumno, que comenzó su formación en el Colegio San José de Rahue, una escuela de monjas donde la disciplina era muy importante.

Luego siguió sus estudios en el Liceo de Rahue (B-17), donde destacó. «Sus notas eran perfectas, nunca llegó atrasado al colegio, era responsable y le gustaba el deporte».

Para demostrar que no se trata de falso orgullo de madre, apunta a un diploma colgado en la pared. Su hijo lo recibió en un acto público que se efectuó en la plaza de Armas. Era julio de 1983, Llaitul fue premiado por ser el mejor alumno de su liceo, en una ceremonia del Día de la Juventud.

«Nunca fue tímido, si veía que algunos niños le pegaban a los más chiquitos, él siempre los defendía. Cuando estaba en la enseñanza media ya me fui dado cuenta para dónde iba su camino. No le gustaba ningún tipo de injusticia».

Dice que por esos días era habitual verlo trotando en el barrio o jugando basquetbol y que le gustaba ir a nadar. Fue en esa época en que Llaitul participó en algunas barricadas y protestas contra el Régimen Militar y se unió a un grupo de estudiantes de izquierda.

Más tarde sus buenas notas le permitieron obtener un buen puntaje en la Prueba de Aptitud Académica (PAA) e irse a estudiar Trabajo Social en Valparaíso.

RUTA DE UN WEYCHAFE

En Valparaíso, cuando era un universitario que vivía de becas y trabajos esporádicos como obrero, se vinculó a la Juventud Rebelde Miguel Enríquez, un grupo que se identificaba con el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionario). «En esa época estaba contra la dictadura, yo pensé que iba a seguir en eso y me preocupaba porque sabía que corría peligro en eso», dice.

Ella no pudo acompañarlo mucho en esos días. Por esos años, sólo viajó a verlo en dos oportunidades a Valparaíso.

«Las cosas se deben contar tal cual. Mi esposo se enfermó por el alcoholismo, se aporreó por ahí y estuvo postrado casi doce años. Eso me mantuvo por mucho tiempos sin salir mucho de la casa».

Su hijo dio un pasó más allá en su oposición a la dictadura e ingresó al Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Por un tiempo, llevó una vida clandestina, aunque nunca cumplió un rol de jerarquía en el Frente, ni tampoco pasó a ser parte de las llamadas milicias rodriguistas. Era sólo un subordinado que cumplía órdenes operativas y, al final, de tipo estratégico.

«En ese tiempo yo no tenía mucha comunicación con él, no le gustaba que yo supiera. Les decía a sus hermanos que no me cuenten nada, aunque lo tomaran preso. Al final, yo igual me enteraba», dice Florinda.


Fotografía: A la derecha, Llaitul en el matrimonio de su hermano mayor | FCT

Aunque sabía sus nexos con estas agrupaciones, ella nunca le recriminó, excepto una vez. Fue en los tiempos en que Llaitul se desvinculó del Frente, retomó sus estudios en la Universidad de Concepción y comenzó a acercarse a grupos mapuches, a mediados de la década del 90.

La Coordinadora Arauco Malleco (CAM) comenzaba a gestarse. «Y qué vas a sacar, le dije, tienes a tan poca gente a tu favor. Es como traspasar una muralla, no lo vas lograr. Él me dijo: mami yo nací para esto. Y nunca más le reclamé».

Florinda Carrillanca cree que fue cuando su hijo terminó su carrera universitaria y partió a trabajar como asistente social a Purén, que la reivindicación mapuche se transformó en el principal motor de su vida.» La gente se enteró que había un asistente social de su pueblo, uno más de sus hermanos y lo buscaban para contarle que eran abusados. Él fue viendo cómo los mapuches estaban siendo arrinconados por los más poderosos, que se hacían millonarios».

Florinda ve a su hijo como un weychafe, es decir como un guerrero mapuche que por vocación debe luchar por su pueblo, aunque sea desde la cárcel.

LA CLANDESTINIDAD

«Él ha salido libre y vuelven a detenerlo. Pero sigue adelante con su lucha, nació para defender el derecho de sus hermanos, porque algunos no han tenido la iniciativa de luchar o porque no saben cómo hacerlo», dice.

Cuando se tacha a su hijo de terrorista, Florinda salta para defenderlo. Sostiene que todo es parte de un montaje «obra del capitalismo que defiende los intereses de las empresas y los más poderosos».

«En el ataque al fiscal eran 25 carros policiales contra unos pocos mapuches que llevaban boleadoras y piedras. No fue una emboscada como dicen ellos. La CAM resguardaba la tierra de los mapuches, nada más (…) Luego dijeron que la camioneta del fiscal tenía como 300 balas, que Héctor y sus compañeros dispararan. Si era una caravana en movimiento, cómo iban a tener tanto tiempo para hacer todo eso. Le tiraron balas ellos mismo para tener cómo comprobar el ataque», afirma la madre de Llaitul.

Los problemas judiciales de su hijo se iniciaron mucho antes de ese episodio (2008). En un enfrentamiento en 2001 en la hacienda Lleu-Lleu donde se le requirió por infraccionar la Ley de Seguridad del Estado. Para el año 2003 se le acusaba de actividades terroristas.

En 2007 estuvo detenido algunos meses por el incendio de maquinarias en un predio forestal. Gran parte del tiempo entre el 2003 y 2007, Llaitul lo vivió en la clandestinidad.

En julio de 2009, mientras lavaba unas zapatillas en casa de su madre en Rahue Bajo, la policía irrumpió en el hogar y lo detuvo. No opuso resistencia. «Él al final quería que lo pillen, estaba cansado de arrancar», cuenta Florinda.

En un juicio que duró casi tres meses, a Llaitul se le acusó de al menos 10 delitos, por los que el Ministerio Público pedía condenas de hasta 100 años.

Finalmente fue sentenciado a 25 años y, luego, se le rebajó la pena a 14. Florinda Carrillanca observó todo desde lejos.

«No tenía corazón para ir. Esos días viajó mucha gente acompañarlo. Desde Osorno no han dejado solo a Héctor», dice sobre el apoyo que su hijo concita en algunos sectores y agrupaciones de la ciudad. Muchos de ello son los mismos comuneros que el fin de semana pasado convocaron a una marcha en Osomo para pedir la rebaja de condenas de Llaitul y que se considere el tiempo que éste ya cumplió en prisión por esas causas.

«Lo único que quiero es que se anule el doble proceso que enfrentó mi hijo y otros de sus compañeros. Libertad para todos, no sólo para Héctor. Que la justicia escuche y que otras madres se conmuevan con lo que estoy pasando», señala.


Fotografía: El osornino es el líder de la Coordinadora Arauco Malleco, agrupación que se ha adjudicado varios ataques en La Araucanía | Archivo Diario El Austral de Osorno

Carrillanca está convencida que las imputaciones que se hacen a Llaitul son más graves de lo que su hijo ha reconocido como acciones lideradas por la CAM en territorio mapuche.

«Tengo mucha rabia con los gobiernos de Lagos y Bachelet, que terminaron de condenar a la fuerza mapuche. Y Piñera sigue avalando todo y lavándose las manos. Estoy orgullosa de lo que hace mi hijo y donde sea hablaré a favor de él».

Florinda cuenta que desde que su hijo comenzó la huelga de hambre ha bajado 15 kilos y se está inquieta por lo que esta acción pueda hacerle a la salud de su hijo, quien este año fue sometido a una intervención quirúrgica.

«Estoy consciente que corre peligro, pero no le pediré que se baje porque él es dueño de sus actos. Sólo me gustaría que la justicia escuche más. Mi hijo me ha dicho que está dispuesto a morir luchando».


40 Días en huelga de hambre lleva Héctor Llaitul en la Cárcel de Angol, esta es la cuarta vez que presiona con una acción similar. En 2010 estuvo 81 días sin comer.

Fuente: Diario El Austral de Osorno (23.12.2012)

Tamün srakisuam
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