¡Fill püle powüpe ta fa!


Fotografía: Rodrigo Rodríguez Pérez, historiador osornino | Diario El Austral de Osorno

Desde hace unas décadas se desarrolla en el país, un movimiento que busca revalorar lo indígena y la reivindicación de éstos por medio de políticas y programas que buscan saldar la «deuda histórica» mantenida por el Estado chileno con estos compatriotas.

Es justo reconocer el aporte de los aborígenes a la gestación de la nacionalidad, la tradición cultural y toponimia. Pero sin olvidar que existe un proceso y desarrollo histórico, donde también intervinieron otros componentes y aún aborígenes de fuera de Chile.

Se aprecia un indigenismo exagerado, tanto de parte del Estado, de las mismas comunidades y de no indígenas, que reivindican como propios elementos culturales de otros pueblos, asimilados o asumidos desde la conquista de América, durante la formación de la nación o de recientes migraciones al país.

ELEMENTOS

Esto se ve en los conceptos. Se habla de «pueblos originarios» para referirse a los indígenas existentes en el país. Sucede que mis padres y yo somos «originarios de pueblos de la Araucanía», donde mis familias paterna y materna llevan cuatro generaciones y no somos indígenas, aunque sí de largos mestizajes.

Según la ley aprobada en el gobierno de Aylwin, se entiende por indígenas a los pertenecientes a algunos de los grupos reconocidos. También a quien tenga algún apellido de este origen (paterno o materno) y al que tenga alguno hasta la cuarta generación. Con este criterio son indígenas personas que en realidad son mestizos, por lo tanto, indígenas puros son sólo un tercio de los reconocidos.

Un ejemplo típico: Marcelo Salas Melinao y Jean Beausejour Lincoqueo, siendo el segundo «zambo», o sea mestizo de negro e indígena, aunque sus madres también lo son. Por efecto de la ley, sus hijos son indígenas, pero la de Salas con ancestros árabes. En el mismo caso están las ramas Marina Günther y Mohr Ancapán, de estas familias osorninas.

Un caso peculiar es el de Isla de Pascua. Según un estudio genético efectuado por la Universidad de Barcelona hace unos años, la población de la isla está compuesta por la ascendencia de ocho grupos étnicos diferentes, que se comprueba por las ascendencia de muchos isleños (escocés, hispano, francés, estadounidense, chileno continental, polinésico, etcétera).

Por la misma ley, se dispone que los colegios donde el 25 por ciento de los alumnos tienen apellidos indígenas le impartan una «educación intercultural bilingüe». Se pretende transformar en indígena a niños y jóvenes que de tal, sólo tienen uno o dos apellidos, olvidando que el medio donde viven es «mestizo» y la cultura dominante ya ha incorporado hace siglos elementos indígenas en costumbres y lenguaje. Distinto sería si esto se realiza de manera voluntaria, por decisión de los padres, en colegios que entreguen una educación basada en antecedentes reales, no parciales como sucede actualmente. Reconociendo la libertad de las personas al momento de adherir a alguna cultura en particular.

INTERCAMBIO

La calificación étnica por apellido se presta para perpetuar errores, como considerar indígenas los apellidos Colín, Mella, Millán, Melián (Canario) o Pinuer, siendo el último francés y de una familia a la cual pertenece el actual presidente de la república y la anterior. También para olvidar que el mestizaje es inevitable; así se han formado las naciones y esa es su mayor riqueza.

Dos ejemplos de procedimientos equivocados, por parte del Estado y de dirigentes indigenistas, son el Día Nacional de los Pueblos Indígenas y el Huetripantu. En 1998, durante el gobierno de Frei Ruiz Tagle, con aprobación del Congreso, se decretó el Día Nacional el 24 de junio, porque en esta fecha se celebra el «Año Nuevo Mapuche».

Debo señalar, en forma categórica, que no existe ningún hecho histórico en Chile relacionado con los aborígenes que haya ocurrido un 24 de junio, ni siquiera una batalla o una simple maloca. El motivo para declarar esta fecha se basa en un error y la ignorancia.

El calendario vigente viene del promulgado por Julio César, el año 34 A.C. y es del tipo solar, dividido en meses, semanas y días. El año, tiempo que demora la Tierra en dar la vuelta alrededor del Sol, comienza con el solsticio de Invierno en el hemisferio norte, que según antiguas culturas determina el inicio del ciclo de la naturaleza. Le siguen el equinoccio de primavera (21 de marzo), el solsticio de verano (21 de junio) y el equinoccio de otoño (21 de septiembre).

En el siglo VI la Iglesia establece su calendario litúrgico inserto en el calendario juliano, y fija la celebración del Nacimiento de Cristo, para el 25 de diciembre. Según el relato evangélico, a partir de esta fecha fija el natalicio de San Juan el Bautista para el 24 de junio. Con esto se cristianizó una serie de ritos que se realizaban con ocasión del solsticio de verano, pero cambiándoles la fecha.

ORIGEN CRISTIANO

La fiesta de San Juan Bautista pasó a Chile con la conquista, con su significado del hemisferio norte, y su área de extensión y vigencia va desde Ñuble a Bío Bío, donde se mantiene hasta hoy.

Es aquí que mapuches y picunches la conocen a partir del siglo XVI. En 1582 el Papa Gregorio XIII promulga el actual calendario civil, que corrige el desfase que existía respecto a los fenómenos astronómicos, introduciendo el año bisiesto.

En las últimas décadas del siglo XIX, con la ocupación del territorio que va de Malleco al norte de Valdivia, se trasladan miles de familias del norte del río Bío Bío y de la zona de Chiloé, otras que pasan desde Argentina y cientos de inmigrantes españoles, los que también traen la fiesta de San Juan Bautista, aún vigente en España. Los franciscanos del Colegio de Castro y los capuchinos italianos atienden las misiones y pueblos que se van fundando en la Araucanía.

Otro tanto ocurre en la zona de San Juan de La Costa, en Osorno, donde la fiesta es introducida por los misioneros españoles desde 1805. En un estudio realizado en 1985 en esta zona, por el antropólogo Rolf Foester, los lugareños informantes señalan que la fiesta principal era San Juan Bautista; en ningún caso el Huetripantu, dado que los misioneros impusieron desde el comienzo las fiestas y modos de celebración hispanos.

La migración chilota trajo acá sus costumbres, sus bailes y su música. La convivencia hizo inevitable que los indígenas terminaran asumiendo los elementos festivos de los colonos e inmigrantes y los impuestos por la Iglesia. El Huetripantu se refiere a una celebración del cambio de estación, el solsticio del invierno, en el hemisferio sur, lo que este año ocurrió el 21 de junio, a las 7.29 horas. Por lo tanto, nada tiene que ver con lo que se celebra el 24 de junio. Resulta impropio ocupar una fiesta religiosa católica para celebrar un hecho natural como es el cambio de estación. Lo correcto es ocupar el día en que ocurre el fenómeno.

Así como las agrupaciones indígenas tienen derecho a celebrar algún acontecimiento propio, el resto de las personas también tienen el mismo derecho a celebrar sus fiestas, con absoluta libertad. Y en esto han fallado las autoridades y los dirigentes indigenistas, cosa que debiera corregirse.

Fuente: [1] Diario Austral (27.06.2010)[2] Diario Austral (27.06.2010)

Tamün srakisuam
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