Fotografía: María Rosalía Yefi Llancamán | E.C.P.
Tañi kuku
En la madrugada del viernes falleció mi abuelita paterna. Tejedora de mantas de toda la vida, descalza al andar (por preferencia), amante de las comidas antiguas como el muday y mültrün, que hasta los últimos días pidió le prepararan, además de todos las frutos silvestres que cada vez que podía le llevaba.
De grande comprendí que ella era vivo reflejo, y parte de la historia de nuestro pueblo.
93 años tenía según el carnet, aunque ella misma reconocía que esa no era su edad real, pues fue pasada al Civil cuando tenía ya más de 10 años, en una época donde al mapuche se le intentaba»integrar», por la fuerza, a la autoproclamada «civilización» y el «progreso». Un día la reunieron junto a otros niños para llevarlos al Registro Civil, recordaba.
Alcanzó a conocer los últimos Lepún antiguos de la costa por los años ’30, de los que un día me habló animadamente.
Más tarde conocería, junto a mi abuelo, la explotación laboral en el inquilinaje, al igual que todo el campesinado pobre a comienzos del siglo XX: el trabajo de sol a sol de padres, hijos e hijas en el fundo; el abuso del salario anual, que llegada la fecha era 0, pues el patrón se valía del analfabetismo de sus empleados para engañarlos con cuentas falsas, y así mantenerlos en la dependencia y la miseria.
Patrón que unos años antes había llegado de Europa, junto a muchos otros, a instalarse en las tierras de los mismos que luego se convertirían en sus inquilinos. Todo financiado y amparado por el Estado de Chile para literalmente «mejorar la raza». Un Chile que se avergonzaba de lo moreno que era (y que sigue avergonzándose de lo moreno que es hoy).
Hastiados de todo lo anterior, ella y mi abuelo deciden migrar al pueblo y comenzar una nueva vida. Riachuelo fue el lugar. Allí arribó trayendo consigo su manera de vivir.
Siempre descalza; siempre en su telar; sembrando de acuerdo a la luna; mirando el cielo para saber el tiempo: “ Las nubes van al mar, habrá lluvia”, “El sol miró pa’ atrás, tiempo bueno”, “La luna se hizo con malo, va a llover”, nos decía.
En fin, mi abuela en muchos aspectos representaba lo que la conquista, colonización, integración forzada y el asimilacionismo no pudieron lograr: doblegar la memoria y el orgullo de un pueblo.
Y tanto fue así, que aún después de su partida siguió enseñándonos que nosotros tenemos una forma diferente de vivir. Su petición fue que el lugar de su velatorio fuera preparado a la manera antigua: 2 arcos se Kila de unos 5 metros de largo, adornados con flores, fueron puestos uno a la cabeza y otro a los pies.
Muchos de los asistentes nunca vieron algo así (me incluyo), y solo los más viejos lo recordaron. Puedo decir que fue a la usanza de los künko. Quienes han asistido a un nguillatun costeño, comprenderán mejor.
Son tradiciones que se están perdiendo, las nuevas generaciones muchas veces consideran estas costumbres sin sentido y hasta equivocadas. Pero cabe preguntarse ¿Cuántos de nosotros viviremos más de 100 años, tal como lo hicieron nuestros abuelos y abuelas? Entonces ¿Quién está más equivocado en su forma de vivir?
Esa fue mi abuelita. La última mantera del pueblo. La que aún después de partir me siguió enseñando.
María Rosalía Yefi Llancamán
18/09/1923 – 07/08/2015
Por Elias Colián Pairicán