¡Fill püle powüpe ta fa!


Fotografía: Machi Millaray Huichalaf, prisionera política mapuche williche | F.Basso

«Nada raro será en el futuro próximo que encontremos machis en extremo transculturizados, que en el Machitún se inspiren en música estilo Gangnam Style y otras melodías».

Evidente es en estos días la criminalización, cuestionamiento y ridiculización de la figura de machi, en el contexto de la recuperación territorio ancestral y la defensa de lugares sagrados en peligro de ser destruidos por megaproyectos que, bajo la máscara del «desarrollo», sólo pretenden generar riqueza a partir de la depredación de nuestra Ñuke Mapu.

A continuación dejamos dos artículos que ejemplifican la desesperación por aislar a los machi y a las machi que son parte de la defensa ancestral de nuestro Pueblo Mapuche.

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Machis en la linea de fuego


Fotografía: Cristian Cáceres

De ser sólo curanderos, la nueva generación de machis ha asumido un rol más activo en las comunidades mapuches. Se involucran en política, participan en las protestas y varios han sido detenidos por actos violentos. El ataque incendiario al matrimonio Luchsinger Mackay los puso en el ojo del conflicto.

por Rosario Zanetta, desde TEMUCO fotos cristián cáceres

El olor a manzanas cocidas con canela, a lluvia y a pasto envuelve la ruca de la machi Javiera Curiqueo (28). Las banderas que forman parte del altar con el que se comunica con los espíritus se ven desde el camino de piedra que pasa por fuera de su terreno, en el sector de Chucauco, cerca del camino a Quepe (IX Región). La tranquilidad del lugar contrasta con la preocupación que dice sentir. En los últimos días, machis jóvenes, como ella, han estado involucrados en algunos de los episodios más álgidos del conflicto mapuche y ella no se siente ajena al sufrimiento por el que pasan sus compañeros.

Curiqueo pertenece a una nueva generación. Tiene celular, habla español, no anda descalza, ni utiliza un pañuelo en la cabeza. Eso sí, mantiene las tradiciones que se le exigen por su rol de sanadora. Todos los días, de seis a siete de la mañana toca el cultrún para pedir por los enfermos que atiende. También reza por la paz del lugar y por los huincas, como llama a quienes no pertenecen al pueblo mapuche.

En 2010 se consagró como médico de su comunidad. Unos años antes tuvo un sueño por el que supo que había sido elegida para cumplir esa función entre los suyos. Después de un largo proceso de preparación y gracias a la ayuda de una machi mayor -que le enseñó cómo preparar las medicinas-, empezó a atender a quienes le iban a pedir ayuda. «Las personas vienen hasta aquí, dejan una botella con su orina y luego las recibo», explica. Las botellas se pueden ver. Están en una mesa que forma parte de su rehue, el altar a través del cual «entro en contacto con el cosmos». Ahí, entre un gran tótem, tres banderas y un montón de ramas secas, inicia el proceso de curación de sus pacientes.

Dice que su rol es «hacer el bien» y por eso no entiende que otros machis, incluso más jóvenes que ella, estén involucrados en tomas, protestas y actividades políticas. Casos como el de Celestino Córdova (26), detenido por su participación en el ataque al fundo del matrimonio Luchsinger Mackay, o el de Millaray Huichalaf (23) y Tito Cañulef, imputados por el incendio del campo Pisu Pisué, en Río Bueno, han puesto a los machis en la agenda pública. A Curiqueo le preocupa que se generalice y se dañe la imagen de quienes cumplen ese trabajo en sus comunidades. «Es innegable que el Estado chileno tiene una deuda con el pueblo mapuche, pero no comparto que haya muertos de ninguno de los dos lados», afirma.

«Que aparezcan machis implicados en muertes afecta nuestra figura, porque nos involucra a todos. La gente va a pensar que andamos matando, cuando ese no es el rol para el que hemos sido elegidos. El machi no está escogido para combatir», reflexiona.


Fotografía: Javiera Curiqueo (28), machi del sector de Quepe: «El contacto con personas que vienen de la política y de la universidad ha cambiado la mentalidad de los machis» | Cristian Cáceres

Curiqueo cuenta que en enero, cuando supo de la muerte de Werner Luchsinger y su mujer, Vivianne Mackay, sintió miedo por primera vez. «¿Qué pasaría si vienen y me incendian mi rehue?», se preguntó entonces. Lo comentó con su pareja, con quien tiene un hijo de cuatro meses, y tuvo temor a que el episodio marcara un punto de inflexión en el conflicto, que siguiera aumentando la violencia. «Me sentí vulnerable», asegura. Desde entonces, dice, le preocupa que se genere entre la población una odiosidad hacia los machis. Un resentimiento por parte de los huincas. «Que se piense que estamos todos en lo mismo y que se crea que el machi ha sido elegido para combatir, porque eso no es así», comenta.

Para ser machi hay que venir de «familia machi». Es decir, entre los antepasados debe haber un integrante que se haya dedicado a la sanación del pueblo, a la medicina. Sebastián Allilef (63) no sólo tiene curadores entre sus ancestros: él viene de una familia de loncos. Nació en la comunidad de Huentegrande, en Freire y allí es donde vive hasta hoy.

Una camilla, un cultrún y una colección de pequeñas vasijas decoran la sencilla consulta en la que atiende en un edificio en la calle Bulnes, en pleno centro de Temuco. Seis grandes anillos, tres collares, un poncho y un sombrero forman parte de su vestimenta. Habla golpeado, como si permanentemente estuviese molesto. Su tono se eleva todavía más cuando reflexiona sobre la actuación que las nuevas generaciones de machis han tenido en el conflicto mapuche.

«Participar en marchas y actividades políticas no es de machi. Eso es un error grave», plantea. Allilef es crítico con los nuevos sanadores jóvenes que han surgido en las comunidades. Argumenta que sus colegas se han preocupado más de ir a la universidad que de aprender sobre medicina tradicional. Y sostiene que es precisamente en la universidad donde los machis han tratado de convertirse en huincas, perdiendo el rol original que dios les había designado. Acusa que al entrar en contacto con otros estudiantes, los jóvenes se encausan en actividades políticas y que, incluso, algunas veces son utilizados por quienes, según él, financian el conflicto. Prefiere no entrar en detalles.

«Se ha desvirtuado el papel de los machis por culpa de las nuevas generaciones. Los machis antiguos no se prestaban para eso. ¡Ni siquiera hablábamos castellano! Pero ahora no están actuando según la tradición antigua, ni se preocupan de aprender de las medicinas», se queja. A Allilef el tema lo ofusca. Incluso cree que existe una crisis entre quienes cumplen su mismo rol. «Los más jóvenes tienen otra modalidad de pensamiento, participan en política y van a seguir con ese sistema de vida», sostiene. Con esto coincide la machi Curiqueo. «El contacto con personas que vienen de la política y de la universidad ha cambiado la mentalidad de los machis que son menores», dice ella.

Allilef cree que el pueblo mapuche debe defender sus derechos y territorios. Sin embargo, no comparte la forma como se han sucedido los últimos hechos. Al igual que Curiqueo, cuestiona que quienes están involucrados en conflictos políticos y distintos ataques sean verdaderamente machis. Y agrega que los jóvenes han sido detenidos «porque ellos mismos se lo han buscado».

Una visión radicalmente opuesta es la que defiende Andrés Cuyul, miembro de la Comunidad de Historia Mapuche. Cuyul considera que el machi no puede, por el cargo que ejerce, estar ajeno al contexto en el que está viviendo. Cree que la base de todo es el movimiento político territorial y, por lo tanto, piensa que los machis deben tener un papel activo en defender el terreno, del cual sacan las fuerzas para curar a sus pacientes.

Las detenciones de machis, como Millaray Huichalaf o Celestino Córdova, responden según Cuyul a una estrategia por parte de las autoridades para involucrar a actores relevantes en el conflicto. «La idea es generar animadversión y prejuicios contra la figura del machi y afectar su legitimidad social, tanto entre huincas, como entre mapuches», argumenta.

«El machi debe tener un rol político. No uno político partidista, pero sí debe participar porque son fundamentales debido a la influencia espiritual que ejercen en su pueblo», plantea. Por eso considera que con las detenciones y los allanamientos se está generando un daño a la figura de los sanadores, pero también a las comunidades de donde provienen, las cuales pierden por las detenciones, a un líder importante.

Pascuala Nahuelhuén (51) parece ajena a la discusión. En la comunidad de Rengalil Alto es conocida como la machi Marcela, una de las pocas que trabaja en la zona cercana a la carretera que une Nueva Imperial y Temuco. En su terreno, además de un rehue, tiene una pequeña oficina donde atiende a quienes la van a visitar. «Consulta, $4.000. Un litro de remedio, $4.000. Dos litros de remedios, $8.000. Tres litros de remedio, $12.000», dice el listado de precios que tiene en la misma salita.

Con su trabajo, Nahuelhuán mantiene a su familia. Quedó viuda hace años, después de que su marido muriera en un accidente de tránsito. Tiene tres hijos y uno de ellos, de 16 años, se está preparando para ser machi. «Ya tiene sus instrumentos», dice orgullosa. Por eso mismo le preocupan los prejuicios que se están formando en torno a la figura de los nuevos curadores. Sostiene que siente lástima por los machis involucrados en problemas judiciales y asegura que hasta lloró cuando supo de la detención de Celestino Córdova. «Yo comparto su causa, pero no la forma», sentencia y asegura que no le gusta el estigma que, siente, se ha creado. «Como machis quedamos mal y da pena porque la gente va a empezar a desconfiar de nosotros», reflexiona.

Esa desconfianza no se nota en la zona. El hospital intercultural de Maquehue, ubicado a pocos kilómetros del aeropuerto de Temuco, es prueba de ello. Sus habitaciones están llenas de pacientes que reciben tratamiento. La misma escena se repite en el hospital intercultural de Nueva Imperial. Una mañana de martes, más de 80 personas esperaban ser atendidas por las machis que trabajan en el Centro de Medicina Mapuche que funciona en el lugar. Eso sí, son machis mayores, porque según el encargado del centro, Sergio Blanco, es mejor trabajar con personas con experiencia y que conocen bien los medicamentos.

Un cultrún gigantesco decora el amplio hall del centro hospitalario. Justo al frente del acceso principal se construyó una gran ruca, envuelta en tejuelas de alerce para recibir a quienes requieren tratamiento. En Nueva Imperial comentan que muchas veces las machis del hospital han curado a enfermos que no habían podido mejorarse con medicina tradicional. Varias personas del lugar saben perfectamente dónde viven las machis de la zona, aunque sus rehues y sus rucas estén perdidos en las montañas de la IX Región.

La machi Blanca Canío (36) es una de las pocas mujeres jóvenes que atienden en el hospital. Hace dos años viaja todos los jueves hacia Nueva Imperial para recibir pacientes. «Trabajar en el hospital es bueno, porque así tenemos acceso a nuevos pacientes», comenta, claro que ella prefiere tratar a los enfermos en su casa, donde incluso cuenta con habitaciones para dejarlos ingresados si es que la enfermedad así lo requiere. Su vivienda está alejada de la ciudad. Queda en la comuna de Cholchol, en la zona de Pitraco Tosca, perdida en medio de montañas y caminos de tierra. Allí tiene su huerta, una casa sólida de madera, pavos, gallinas, perros y un gran rehue, siempre con las muestras de orina en una mesa pequeña.

Canío no terminó la enseñanza básica. «No es necesario que los machis vayan a la universidad», comenta y agrega que la medicina que ella conoce la ha aprendido a través de otras curanderas y también por medio de revelaciones en sueños.


Fotografía: Blanca Canío (36), de Nueva Imperial | Cristian Cáceres

Ella ve la actividad de machi como una que exige dedicación exclusiva. Por eso considera que quien está dedicado a atender pacientes no está capacitado para estudiar. «La principal diferencia entre los machis nuevos y los antiguos es que los más viejos no tenían estudios. Con su fe sabían lo que estaban haciendo. A los más jóvenes les cuesta creer y por lo mismo se van a meter a la universidad», comenta.

A pesar de que ella pertenece a esa nueva generación de machis (es de las menores de su zona), es crítica con el actuar que han tenido algunos de sus compañeros. «Cuando pasó lo de la familia Luchsinger, por ejemplo, sentí ganas de llorar. Porque aunque sean ricos y chilenos, eso no tiene justificación. No se gana nada y termina siendo una pena para todos», sostiene. Su principal preocupación es que el conflicto se agudice. «Quienes participan en los ataques creen que lo hacen bien, pero así nada va a terminar, va a empeorar», plantea.

Para ella, el problema por el que atraviesa la juventud de su pueblo se debe en parte a la presencia de extranjeros en la zona, los que, según ella, han incidido en la forma de pensar de las nuevas generaciones y fomentan la violencia.

Pero a Canío le preocupa más el hecho de que la juventud haya dejado de lado muchas de las tradiciones que por años han defendido sus antecesores. «Ha faltado educación. Los mapuches quisieron dejar de ser discriminados y por eso empezaron a ir a la escuela, pero allí empezaron a perder sus costumbres. Luego se van a otros lugares y allí ni siquiera se habla mapudungún», asevera.

Mientras recoge un tomate de su pequeño huerto, dice:

«Tengo lo que necesito para vivir y no estoy dispuesta a pelear. Con lo que tengo vivo feliz».

Lo único que se escucha a la redonda no es el conflicto, sino el sonido de un lacónico cultrún.

«La gente va a pensar que andamos matando, cuando ese no es el rol para el que hemos sido elegidos. El machi no está para combatir»

Fuente: Diario El Mercurio (16.02.2013)

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La evolución de los machis y el poder de la sanación


Fotografía: Una muchacha mapuche de fines de siglo XIX mientras manipula y mezcla extractos de diferentes plantas medicinales en una práctica de aprendizaje de una futura machi | Photothéque du musée del ‘Homme, Paris

Pueden ser hombres o mujeres y sirven de intermediarios entre el mundo de lo visible y lo invisible. Es un conocedor de los lawenes o remedios naturales, prácticas que adquieren como aprendiz de un machi más experimentados.

Guillermo Sáez Eickhoff – gsaeze@hotmail.com

Cada cultura dentro de sus manifestaciones y cosmovisión poseen una variedad de temáticas, desde las expresiones artísticas a la cultura culinaria, su forma de educar a la juventud en lo moral y valores, costumbres y juegos deportivos. Es en este contexto que se entiende como cultura toda manifestación y práctica de un pueblo. Y que es lo que conocemos como identidad.

En esta lógica entran las manifestaciones religiosas y, también, de espiritualidad de un grupo humano que alguna persona de una determinada comunidad dirige y sustenta. Así, por ejemplo, en la antigua Roma existían las Vestales, que eran sacerdotisas consagradas. En la cultura Celta proliferaron los sacerdotes Druidas.

Hay muchas evidencias y estudios sobre la existencia de chamanes, sacerdotes, brujos, magos, hechiceros y guías espirituales en la historia de la humanidad cuya evolución ha sido objeto de estudio.

Nuestros pueblos prehispánicos no han estado ausentes de estos doctos trabajos. En la espiritualidad y cosmovisión del pueblo mapuche, que se fundamenta en el culto a los espíritus de los antepasados ya fallecidos que habitan el Wallmapu (tierra de espíritus).

Dentro de sus creencias están los seres humanos que acercan al individuo a la religiosidad, a los espíritus y a las prácticas de sanación, aún cuando no tienen una religión institucionalizada; por ello no hay castas ni templos como en otras religiones. Tenemos al Kalku o brujo, individuo capaz de invocar a demonios y con el poder de desear el mal a las personas, incluso la muerte. Está el Nguempin, persona que es el dueño de la palabra, el orador oficial y guía espiritual durante los rituales y a veces coincide con la persona del lonco o jefe de la comunidad.

EL MACHI

El personaje más conocido es el Machi, que puede ser un hombre o mujer que sirve de intermediario entre el mundo de lo visible y lo invisible, es un conocedor de los lawenes (lahuen=remedio) naturales.

En la fotografía de arriba apreciamos a una muchacha mapuche de fines de siglo XIX mientras manipula y mezcla extractos de plantas medicinales en una práctica de aprendizaje de una futura machi.

En estas artes era dirigida siempre por un experimentado machi, quien enseña todos los secretos de la naturaleza. Frente a ella en el suelo vemos diversas raíces tipo tubérculos y vasijas donde manipulaba sus extractos en la preparación de un lahuen (remedio). Está sentada en un auténtico choapino mapuche, vistiendo a la usanza de esos días y descalza como era el rigor de toda mujer mapuche de antaño.


Fotografía: El famoso machi José Pedro, natural de Boroa | Cl. M. Janvier

Mientras en la foto lateral se retrata al famoso machi José Pedro, natural de Boroa, muy renombrado en el territorio del sur por los aciertos en sus sanaciones por medio de las hierbas naturales. Aunque se hacía consultar primero por una consagrada lonco llamada Pailalef. Se observa el Rehue (Tótem o altar sagrado) que cualquier machi reputado debe tener fuera de su ruca; y en sus manos sostiene el cultrún que es un instrumento vital para realizar el machitún, ya que su ritmo cadenciosos ayuda para que el hechicero entre en trance y, en este estado, controlar el arte de diagnosticar y extender receta para curar el mal. Solo hablan en lengua en esos tiempos y no sabían leer ni escribir.

Para la práctica de curar enfermos usaban poderosos alucinógenos como el latué (Latua pubiflora) y la tupa o tabaco del diablo (Lobelia tupa), dos hongos del género Amanita: el muscaria y el letal phalloides. Otras hierbas más conocidas como la menta para calmar el dolor de guata, el quinchamalí que es una planta poderosa para tratar problemas de la digestión, el boldo y bailahuen para mejorar la función del hígado en la formación de bilis. Y un número sorprendente de plantitas medicinales que los monjes jesuitas en el siglo XVII y XVIII lograron clasificar y describir en sus obras sobre la herbolaria nativa.

Pero los hechiceros y machis mapuches con el correr de las décadas y la llegada de los tiempos modernos, han evolucionado notablemente. Dominan la lengua española y la aculturación los ha llevado a olvidar su ancestral mapudungún y ya poco dominan el arte de las hierbas medicinales.

Pero lo más sorprendente es que en el acto del machitún para caer en trance y poder hacer sus acciones han abandonado la antigua práctica del uso del cultrún, cambiándolo por los poderosos y sonoros ruidos de pistolas a fogueo, según ha sido conocido en los últimos días. Tal vez exista en esto alguna influencia de Pancho Villa y la revolución mexicana. Nada raro será en el futuro próximo que encontremos machis en extremo transculturizados, que en el Machitún se inspiren en música estilo Gangnam Style y otras melodías.

  • Altar: Todo machi reputado debe tener un Rehue o espacio sagrado ceremonial fuera de su ruca
  • Arte de conocer el uso y las propiedades de las hierbas y alucinógenos es una práctica de dominan los machis

Fuente: Diario El Austral de Osorno (17.02.2013)

Tamün srakisuam
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