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Fotografía: La investigadora ha investigado también los conventillos de Valparaíso y actualmente trabaja en el periódico colonial de Aysén | XUC

Ximena Urbina Carrasco, doctora en historia y docente de la Universidad Católica de Valparaíso:

«Los huilliches no son piezas de un museo»

La investigadora porteña es autora del libro «La Frontera de Arriba en Chile colonial», donde da una mirada profunda y analítica a la historia de Osorno entre los siglos XVI y XVIII y al mundo indígena.

Manuel Cifuentes Salinas
mcifuentes@australosorno.cl

Osorno en el mundo co­lonial. Un tema distan­te, a simple lectura, pe­ro que cobra vigencia, y sobre todo conexión con la realidad actual al momento de hojear el libro «La frontera de arriba en Chile colonial» (2009), en el cu­al su autora, la doctora en His­toriadora y docente de la Ponti­ficia Universidad Católica de Valparaíso (Pucv), Ximena Ur­bina Carrasco, da una mirada analítica a lo que fue nuestra ur­be, inserta en un territorio por aquel entonces desconocido, que va desde el río Toltén, en La Araucanía, hasta la Isla de Chiloé.

Un mundo que no es mapu­che y que hoy nos cuesta imagi­nar, pero donde Osorno jugó un rol sumamente importante. Y esta investigación, pocas veces vista, por cierto, no la rea­lizó en Osorno. Tampoco en el puerto de Valparaíso, sino que en Sevilla, España, donde Xi­mena Urbina efectuó su tesis doctoral durante tres años.

Según cuenta, no posee ningún vínculo con la zona o el mundo huillíche, por lo cual la idea de estudiar el sur de Chile y la historia colonial de Osorno desde otro continente nace de la escasez de libros e investiga­ciones al respecto.

Desde su oficina en la uni­versidad porteña, donde la lla­mada telefónica de la entrevis­ta es interrumpida a ratos por sus alumnos, que tocan a su puerta para hacer consultas, Xi­mena señala que estuvo tres años en el Archivo General de Indias investigando directa­mente el tema, que perfiló al se­gundo mes de iniciar el doctorado.

En todo caso, detalla que la carencia de trabajos académi­cos sobre la historia colonial de Osorno es un problema general en las ciudades de Chile.

«Aquí mismo en Valparaíso, por ejemplo, que pese a ser patrimonio de la humanidad y sal­vo algunos artículos y libros va­liosos, es mucho lo que aún queda por escribir. Pero me pa­rece que en Osorno se han he­cho notables aportes. Está por ejemplo el libro de Víctor Sán­chez Aguilera, que aborda un panorama completo sobre la historia de la ciudad, aunque no ahonda en el periodo colo­nial, y los boletines del Museo Histórico Municipal», dice.

-¿A qué se debe este vacío de estu­dios de esa época?

-El interés de los historiadores hoy en día está en los procesos más contemporáneos (de los si­glos XIX y XX). Son pocos los que analizan la historia colo­nial. Y también ocurre que son muchos más los historiadores que se dedican a los procesos generales o a la historia desde el centro, que aquellos que hacen historia local. En regiones hay iconos, grandes investigadores que han desarrollado una labor muy importante, pero que son puntuales. Por ejemplo, Valdi­via tiene al padre Gabriel Guar­da; en Chiloé está Rodolfo Urbi­na, que es mi padre; y en Maga­llanes, Mateo Martinic. Y estas ciudades no tienen más méri­tos que otras, sino que ha habi­do historiadores que se han ocupado de ellas.

-De los 13 mapas y planos que incluye en el libro, al menos tres son de Osorno. De hecho, casi no puso de Valdivia. ¿Existe abundante cartografía osornina en los archivos de España?

-Bueno, en cuanto a mapas, to­do lo que hay en España sobre la ciudad colonial está en el li­bro. Y la verdad es poco si lo comparamos con otras locali­dades. Además, varios de estos mapas no son desconocidos, porque de hecho están en el ca­tálogo de mapas del Archivo de Indias y son súper accesibles.

-¿En qué ciudades ha sido distri­buido su libro La frontera de arri­ba en Chile Colonial?

-En teoría, en todas las librerías de Chile, aunque en Osorno no sé, ya que no me han invitado a presentarlo (ríe…).

-¿Y cómo ha sido la recepción en Chiloé o Valdivia, por ejemplo?

-Apenas el libro se publicó, el al­calde de Castro me llamó para que lo presentara oficialmente allá. Luego hicieron lo mismo desde Valdivia y Coyhaique, ya que hay una parte de un capítu­lo referida a la Patagonia. Pero en Osorno, al parecer, nadie su­po. Incluso, lo presenté en San­tiago y Valparaíso. Y cuando di­go invitación, no me refiero a algo especial con alfombra roja, sino que dar a conocer este tex­to, que está pensado para que lo lea la mayor cantidad de per­sonas posible. Y me da pena que en Osorno no haya existido interés por el libro, porque cualquier ciudad del mundo se interesa por alguien que publi­có algo relativo a su pueblo. Y eso que conozco a gente en la ciudad, pero nadie se interesó.

MUNDO HUILLICHE

-Este concepto de Frontera de Arriba, ¿es un término acuñado por la historia chilena o surgió tras su investigación?

-El concepto no lo inventé yo, porque ya en los siglos XVII y XVIII se llamaba frontera de arriba al territorio entre Valdi­via y Chiloé. Se dice «arriba» porque se sube en latitud. En la documentación de la época se diferencia a la frontera de Arauco de lo demás y todo aquello que no es Arauco es la frontera de arriba. Es decir, un territorio aún más desconocido, ya que lo mapuche se conoce en la zo­na desde el río Bío Bío y hasta el río Toltén, pero el resto es sú­per inhóspito. Y el título del li­bro no está puesto al azar, porque lo que quiere mostrar es que en el periodo colonial este territorio intermedio entre Val­divia y la Isla de Chiloé tenía una personalidad y un sentido de lo que no es mapuche, sino lo que es huilliche. En cambio la historiografía actual tiende a pensar que la frontera mapu­che es todo el territorio entre el río Bío Bío y Chiloé. Y precisa­mente esto es lo que yo quise mostrar con mi tesis doctoral: que no es lo mismo la frontera de arriba que la frontera mapu­che.

-¿Cuánto tiempo duró esta fronte­ra de arriba?

-Esta zona comienza a confor­marse como frontera luego de la destrucción y abandono de las ciudades del sur, que en el caso de Osorno fue en 1603. Tras esto, el territorio se des­puebla de españoles y esa zona pasa a ser más desconocida aún que la región mapuche, donde al menos hay una interacción a través de la guerra. Yo diría que desde 1630 en adelante se co­mienza a perder en la memoria lo que son estos territorios. In­cluso, se vuelve tan desconoci­do, que la gente piensa que ahí habitan infinidades de indios y se instala allí la creencia en la Ciudad de los Césares, porque se sabe que allí estuvo Osorno, aunque nadie más la vio en ca­si dos siglos. En la frontera de arriba hay muy poca interac­ción hispano-indígena, a dife­rencia de lo que pasa en la fron­tera de Arauco, donde hay mi­sioneros, fuertes, parlamentos, capitanes de amigos, etcétera.

-En su libro explica la separación que ya en la época de la conquista se observaba entre los mapuches de La Araucanía y los huilliches.

-Los documentos del siglo XVI coinciden en que los indígenas de más allá del río Toltén presentaban otro ánimo: hablaban el mismo idioma, tenían una cultura similar, pero mostraban una actitud distinta frente a los recién llegados. No sé si decir que la diferencia es que fueron menos activos en la guerra, pe­ro el grupo de huilliches que huyó con los españoles desde Osorno hacia Chiloé no demos­tró hostilidad hacia los euro­peos, a diferencia de los mapu­ches.

-¿Cree que es válido el concepto que se acuña actualmente tanto a nivel institucional como popular, de los mapuche-huilliches?

-Ciertamente se trata de un concepto moderno. Me parece que el antropólogo e historia­dor Eugenio Alcamán es uno de los primeros que lo comienza a utilizar y que ahora se ha puesto de moda. Pero no se si detrás de esta unión de conceptos hay un interés por mostrar a un gru­po mapuche común, con fines reivindicativos. En la época co­lonial el concepto huilliche era uno más de los que se ocupaba, pero no el único, ya que tam­bién se habla de los chaurakawuines, de los juncos y de los llanistas. No hay una nomina­ción clara o única incluso en esa época. Pero quiero dejar claro que no opino que sean dos grupos distintos, ya que tie­nen la misma cultura, fisono­mía y manera de ocupar el te­rritorio. Las diferencias en la colonia están en el ánimo, se­gún los conquistadores, quie­nes dicen «hablan el mismo idioma, pero son otra cosa».

-Desde que se firmó el Tratado de la Canoas en 1796 se festejó en Osorno este hecho cada 8 de septiembre. No obstante, desde 2009 esta ceremonia ya no se celebra, ¿significa que hubo un cambio de mentalidad y de actitud por parte de los huilliches?

-Siempre me sorprendió que se celebrara en Osorno ese trata­do que fue producto de una ac­ción violenta mutua. Porque de alguna forma, y en el buen sen­tido, pudo significar un desco­nocimiento de la realidad. Yo creo que en el que ya no se ce­lebre el Tratado de las Canoas tal vez confluyeron dos cosas: primero, hacer causa común con los mapuches que no cele­bran ningún tratado ni acto de conciliación, porque siempre esos tratados son de disparidad (hechos a la manera occiden­tal). Pero tal vez también existe un mayor conocimiento de su propia historia.

-¿Qué le parece que haya asumido la joven Juana Cuante como lonko por primera vez desde que se con­formó la Junta de Caciques de la Futahuillimapu hace más de 200 años?

-Yo creo que los grupos étnicos, sean huilliches u otros, no son de un museo, sino que van cambiando de acuerdo a los tiempos. Viven insertos en el mundo occidental y uno no puede exigir que sus costum­bres sean las mismas de anta­ño. Se van generando nuevos referentes y resignificándose a sí mismos. Por ejemplo, al mo­mento de la conquista el machi era un hombre y luego comen­zó a ser mujer. Por lo tanto, no me sorprende en absoluto. Piensa que los mapuches ac­tualmente van en mayor núme­ro a la universidad que hace 20 años. Es lógico que tienen que haber cambios y no por eso son menos mapuches o huilliches.

CONOCER LA HISTORIA

Uno de los temas más discuti­dos en Osorno, quizá desde ha­ce ya varias décadas, es cómo potenciar el turismo local y aprovechar las ventajas que ofrece el entorno natural que nos rodea. Labor que hasta el momento sólo ha tenido bue­nas intenciones más que resul­tados concretos.


Fotografía: Ximena Urbina señala que Osorno fue la única ciudad donde nadie la invitó para presentar su libro | XUC

Sobre cómo se relaciona es­te aspecto con la historia local, Ximena Urbina sostiene que para cualquier persona es im­portante conocer el pasado del lugar donde vive. Y en el caso de Osorno, lo relevante está en saber que hay una forma parti­cular de relacionarse con el te­rritorio, con los grupos indíge­nas, una forma de manifestar maneras culturales que no son las tradicionales que se inten­tan imponer desde el centro. «Comprender la importancia de su río (Rahue), de su rela­ción con Chiloé, la valorización que se hace desde hace fines de la colonia de sus llanos, donde se ocupan los territorios con ga­nado, aspecto que perdura hasta nuestros días», indica.

-Para trabajar esta idea, ¿se debe­rían incluir cátedras de historia lo­cal en los planteles osorninos, por ejemplo?

-Claro que sí, porque es rele­vante que varias o muchas per­sonas cultiven la historia local. Deberían existir más, porque eso permitiría fomentar que se mantengan y revaloren las identidades y procesos locales, para que no sea tan fácil que se imponga desde la capital del país una manera de entender Chile, cuando en realidad el pa­ís tiene muchas lógicas distintas e históricamente ha sido así. Debemos entender el mundo a partir de la historia de nuestra propia ciudad, porque en el ca­so de Osorno su fundación, despoblamiento, mito y luego refundación están conectados con procesos mundiales de ca­da época.

-A su juicio, ¿cómo se puede en la­zar la amplia historia de la ciudad con el turismo, por ejemplo?

-Me parece que en Osorno se puede potenciar tanto para los turistas como para los propios habitantes, primero la tipología particular de su fundación co­mo ciudad hispanoamericana, donde se podría destacar el tra­zado urbano de los siglos XVI, XVIII y XIX; es decir, el sentido de ser un arquetipo de ciudad hispana en América. También potenciar aquellas maneras que son propias del trabajo del campo y que han sido relevan­tes a lo largo de su historia; su diálogo con los llanos y la indus­tria relacionada a la ganadería. O sea, cosas que son cotidianas, pero que una ciudad puede mostrar al visitante.


2010: el libro ganó el Premio de Historia Colonial Silvio Zavala, que otorga cada dos años el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, que depende de la OEA.


Fuente: Diario Austral de Osorno (10.06.2012)

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