¡Fill püle powüpe ta fa!


Imagen: Kai Kai y Tren Tren | Cururo Studios

A continuación presentamos el cuento llamado «Trentren y Caicai» de nuestro peñi Eliseo Cañulef Martínez. Agradecemos la confianza de nuestro peñi Eliseo por hacer de este espacio un medio para la difusión de sus creaciones y los invitamos a todos ustedes pu peñi, pu lamüen y pu weñüi a disfrutar de una entretenida lectura y una profunda reflexión.

TRENTREN Y CAICAI

Eliseo Cañulef Martínez

Los que vieron la pelea no estaban seguros de si fue a fines de la primavera o a comienzos del verano, y tampoco pudieron ponerse de acuerdo sobre el nombre del lugar en que ocurrieron los hechos, pero todos coincidieron en que había buen clima aquella mañana. El mundo era tan reciente que los humanos tenían que ir dándole nombre a cada cosa que encontraban a su paso y había tanto para comer en la tierra y en el agua que bastaba con estirar el brazo para recogerlo y encogerlo para llevárselo a la boca.

Los moradores del estuario se levantaron temprano ese día para recoger en la playa los mariscos para el desayuno antes de que los cubriera la marea. Pero en la serranía la gente siguió durmiendo hasta que el sol comenzó a entibiar la selva después que desapareció la niebla porque en aquel entonces no había nada por qué levantarse temprano. Por eso cuando se empezaron a escuchar los primeros bramidos de la pelea, los moradores del estuario ya habían desayunado y los de la sierra estaban recién desperezándose.

El primer bramido vino desde el fondo del mar: salió de las fauces de la serpiente gigantesca, pasó rozando los acantilados del estuario, desbarató los árboles de la montaña y siguió rebotando por los despeñaderos hasta despertar a la otra serpiente gigante que dormía enroscada en un pellín colosal en la cumbre más alta de la sierra.

—Caicaicaicaicai — volvió a bramar la serpiente marina.

Y las aguas crecieron hasta la mitad de los acantilados. Los moradores del estuario que no estaban en sus canoas, y todos los demás seres vivientes que no podían volar o nadar, fueron tragados por las aguas.

La serpiente serrana alcanzó a ver el desastre cuando terminó de despertarse y se apresuró a convertir a los animales en peces, y a los humanos en toninas y lobos marinos para que no murieran. Después llamó a los despavoridos que arrancaban de las aguas, y todavía los guió personalmente en dirección del cerro más alto.  No hubo peleas ni controversias entre los fatigados andantes y hasta se supo que un león ayudó a un par de cervatillos pequeños que habían enredado sus patas traseras en las hebras de voqui, y dos cazadores salvaron una pareja de zorros muy viejos que ya casi eran alcanzados por las aguas.

Cuando un grupo grande de seres vivientes iba como a la mitad de la ladera del cerro guiado de cerca por la serpiente serrana el vozarrón de Caicai Filú, la serpiente marina, volvió a remecer al mundo en sus cimientos.

—Caicaicaicaicai —dijo su bramido.

Y el agua subió hasta casi la mitad del cerro. Entonces la serpiente serrana perdió la paciencia y le contestó.

—Trentrentrentrentren —bramó.

Y el cerro creció hasta que ya nadie estuvo en peligro. Para entonces ya era mediodía y el sol calentaba fuerte. Los seres vivientes tuvieron un respiro y se sentaron sobre la hierba en la falda del cerro, muy cerca de la cima. Para espantar el calor se pusieron hojas de nalca en la cabeza y se abanicaron con ramas de helecho, pero como no pidieron permiso a Ngenwinkul, el dueño del cerro, las hojas de nalca se les achicharraban apenas se las ponían. Entonces Trentren Filú, la serpiente serrana, después de dar tres bramidos que hicieron subir un poco más el cerro, los reunió para enseñarles el modo correcto de solicitar el permiso y todavía los aconsejó acerca de la manera en que se debe agradecer al dueño del cerro por su generosidad. De modo que cuando hubieron aprendido y solicitaron el permiso como es debido las hojas de nalca no se achicharraron. Pero Caicai Filú tenía prisa por acabar con los seres terrestres  y estuvo bramando todo el rato, de modo que cuando Trentren Filú terminó de impartir  sus  enseñanzas el agua había crecido tanto que ya casi inundaba las tres cuartas partes del cerro. Así que infló su pecho lo que más pudo, como nunca antes lo había hecho.

—Trentrentrentrentrentren, trentrentrentrentrentren, trentrentrentrentrentreeeeeeeeeeeen —bramó.

El cerro volvió a crecer más todavía y el sol calentó tan fuerte que las hojas de nalca se achicharraron en la mata, fue  entonces que Trentren Filú les dijo que tejieran balayes con los vegetales que había en el cerro. Hicieron rogativa para obtener el permiso de Ngenwinkul y enseguida cada cual tejió su balay. Unos lo hicieron de coirón, otros de voqui y hasta hubo algunos que lo hicieron de ñocha.

Las dos serpientes continuaron peleando y el agua con el cerro siguieron creciendo entre bramido y bramido. Cuando Caicai Filú bramaba se podía ver el mar como subía cubriendo los matorrales en los faldeos del cerro mientras el ruido de las aguas hacía volar a los pájaros que iban en bandadas a refugiarse a los árboles más altos. En cambio, cuando Trentren Filú bramaba, se podía ver el  agua resbalando por los faldeos y las puntas de los árboles iban apareciendo con sus ramas torcidas por el peso de sus hojas empapadas y un rumor de lluvia se escuchaba cuando el viento las sacudía y caían los chorros al suelo. Poco después del mediodía el agua llegó a cubrir todas las cumbres de la serranía, y el cerro había crecido hasta alturas nunca vistas. El sol estaba tan cerca de la cima del cerro que los seres vivientes casi ardían. Los que habían hecho mejores balayes se salvaron. Los otros se tiraron al agua para no morir achicharrados y Trentren Filú de pura compasión los convirtió en peces, toninas y lobos marinos.

Nadie fue alcanzado por las aguas en el resto de la tarde, porque Trentren Filú se tiró a las aguas para perseguir de cerca de su oponente y de tanto nadar logró alcanzarla. Mordiéndole la cola la obligó a girar y se trenzaron en un combate tan encarnizado que hacían olas gigantescas. Mientras pelaban siguieron bramando, una para hacer crecer las aguas y la otra para hacer crecer el cerro.  Apenas Caicai Filú lanzaba su bramido, Trentren Filú le contestaba. De modo que apenas el agua subía, de inmediato el cerro volvía a crecer, y tanto creció que al anochecer las estrellas se veían tan cerca que muchos pensaron que hasta podían haberse podido tocar con la mano. Cuando anocheció  Caicai Filú se sumergió y Trentren Filú salió del mar para subir al cerro donde estaban los seres vivientes.

Al día siguiente amaneció más temprano en el cerro. Era tan alto que los rayos del sol chocaron con su cima cuando desde la superficie del mar apenas si se lograba ver la primera claridad del alba detrás de la cordillera nevada. Los seres vivientes aun dormían acostados sobre la hierba, había tantos y de tan variadas especies que hubiera sido difícil caminar entre las camadas de durmientes. Trentren Filú ya se había desperezado y despertó a todos los seres vivientes con un silbido de alerta cuando el primer ramalazo de luz barrió los últimos vestigios de tinieblas en la cima. De modo que cuando Caicai Filú empezó a salir del mar para que su grito fuera más fuerte y así las aguas crecieran más de prisa, todos pudieron verla como iba apareciendo desde la cabeza hasta la cola. Era tan grande y monstruosa, con escamas de tanto brillo que tuvieron dudas de que fuera cierto, porque todavía cuando la estaban viendo no les cabía en la imaginación. Pero Trentren Filú también creció y brilló más todavía.

Cuando Caicai estaba ocupada bramando Trentren Filú dio un brinco desde la cima del cerro y comenzó a volar hacia las aguas, hizo un giro en espiral en el aire afinando su puntería y se dejó caer sobre su enemiga con sus fauces abiertas atrapándola del  cuello con un mordisco de furia tan certero que le cortó en seco el bramido. Las escamas del cuello de Caicai Filú volaron hecho trizas por el aire cuando empezó a revolcarse en el agua tratando de zafarse y estuvo a punto de perder la vida en el intento porque mientras más se debatía más fuerte la apretaban las mandíbulas de Trentren Filú. Dejó de moverse haciéndole creer a su oponente que estaba muerta y cuándo ésta la soltó respiró hondo, lanzó un bramido de lástima  y se sumergió en el mar profundo. De inmediato las aguas comenzaron a bajar. Trentren Filú nadó hasta la orilla y se puso a descansar viendo como el mar se iba recogiendo y en los árboles iban quedando huiros y cochayuyos enredados en la ramas. El cansancio de la pelea le trajo el sueño y estuvo durmiendo hasta que la despertaron los ruidos de la fiesta que los seres vivientes, dirigidos por el humano de mayor sapiencia, habían organizado para hacerle saber que todos estaban agradecidos y que habían de recordar su nombre para siempre.


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